¿Qué hace perder la cordura?
Cada vez que escucho el nombre Lourdes, siento un cosquilleo en el estómago. Lourdes es el nombre de mi madre, y parece que aquellos que llevan consigo ese nombre tienen un poder innato para caerme bien.
Ayer, mientras devoraba una maratón nocturna de episodios de "La Mesías", mencionaron su nombre en uno de los capítulos y sentí lo mismo. La verdad es que me he despertado demasiado bien después de quedarme absorta con esa historia que roza lo paranormal. No podía parar; tenía una atención plena hacia ella. Una maravilla de serie.
Si hay algo que destacar de este año que se está terminando, es que estoy leyendo, viendo series y películas más que en otros años. Ojalá existiese un resumen al final del año diciéndome la clasificación de las obras a las que he dedicado atención plena al estilo "Wrapped" de Spotify. No las que más me han gustado, las que he visto del tirón sin agarrar el móvil (sin contar cines, ni aviones).
Porque en una era donde los auto-diagnósticos de trastornos de atención son moneda corriente, mantener la concentración en una trama sin sucumbir a la tentación del teléfono se ha convertido en un desafío.
Creo que la clave para disfrutar plenamente de lo que ves radica en cultivar un interés por los detalles: las personas, los paisajes y otros elementos. Es un acto de olvidarse de uno mismo.
La capacidad de disfrute es proporcional al don de prestar atención. En el acto de prestar atención, comienza el proceso de cura.
Cada mañana, durante mi desayuno, el piloto automático me lleva a llamar a mi madre, Lourdes. A veces, le relato lo que he visto en la pantalla el día anterior, como si fuera la narradora oficial de historias fascinantes. Siempre le digo: "Bueno, hasta aquí. Quiero que veas la película. Incluso la veremos juntas cuando vaya a verte; por eso no te voy a contar el final". Mi madre responde con un sereno "No te preocupes, cuéntamelo. Aunque me cuentes el final, la veré de todos modos".
A mi madre le encanta hablar, y a mí me gusta conversar (aunque prefiero escuchar). Cuando la voy a ver, rara vez terminamos viendo esas películas en las que he infringido el código ético de contar el final, pero hablamos mucho. Es la típica madre que, cuando hay demasiado silencio en casa, te pregunta: "¿Qué estás haciendo?", como si el silencio fuera sinónimo de travesuras. A veces, sin embargo, le pido momentos de silencio, necesitando esa “tregua” como un momento de paz para mí misma.
Nuestras charlas se han convertido en un oasis donde el dolor rara vez se menciona. Preferimos hablar de experiencias, convirtiendo el dolor en anécdotas, lejos del dramatismo. En nuestra casa, el miedo no reside en lo paranormal, sino en lo que escapa a la normalidad.
En "La Mesías", los problemas surgen en dos puntos de no retorno: cuando la atención flaquea (hacía los hijos adultos) y cuando la madre comunica a la familia que se enfrenta a la visión prematura del fin del mundo.
Ambos aspectos están completamente relacionados porque la atención plena flaquea en el momento en que dejamos de prestar atención al aquí y ahora y pensamos en el futuro que, por un sesgo cognitivo del ser humano, acostumbra a ser terrorífico. A eso se le llama perder la cordura.
Y no hay mejor forma de retomar la cordura que enfrentar la realidad, aceptarla y encontrar la paz en el presente. Al final, comprendí que el verdadero desafío no está en evitar el final de la historia, sino en aprender a disfrutar cada capítulo, cada escena, sin perder de vista el ahora.
Iolanda R.